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Herejes

LEKU

Agosto-Octubre 2015

Curaduría: María Carolina Baulo

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Hereje: Persona que niega algunos de los dogmas establecidos por la religión. / Persona que disiente o se aparta de la línea oficial de opinión seguida por una institución, una organización, una academia, etc. Fuente: Real Academia Española.

 

Herejes busca conectar las miradas de las artistas –manifiestas en las obras- con una lectura que se evidencia en un segundo plano, a pesar de su propia intencionalidad. Una mirada que se vincula con las imágenes que se imponen, con lo impensado que emerge desde las sombras operando desde los bordes del abismo y manteniéndose oculto hasta el momento indicado; sin embargo, una vez puesto en evidencia, ya no puede dejar de verse.

 

El hereje es aquel que desafía, con actitud irreverente, el paradigma de lo que debe ser. Y no necesariamente lo hace desde la falta de respeto sino que sus actos rompen con la sacralidad, con lo solemne, con lo incuestionable. Para los herejes –en la vida en general y en el arte en particular- no hay intocables. Todo es plausible de ser cuestionado y abordado desde una perspectiva  distinta; por eso son peligrosos: porque invitan a pensar, y pensar nunca fue un buen negocio para los amantes de los dogmas.  

 

La muestra reúne diez obras de diez artistas con estéticas tan distintas como personales y definidas; distintos colores de voz pero con un discurso sólido que sabe lo que quiere decir y lo dice. Artistas cuyos trabajos son tan heterogéneos que difícilmente podrían convivir si no fuera porque todos comparten –al menos en este caso- obras cuya carga simbólica es tan intensa que los hace tomar partido y dejar constancia de una forma de mirar el universo que los rodea. En cada una de las obras hay una aproximación inicial a un acontecimiento, a prima facie, inconexo entre ellas. Pero mirando de cerca, encontramos que se esconde en cada una, un relato que descansaba latente en la oscuridad y se les impone con absoluta irreverencia y desfachatez ante la mirada de asombro del propio artista.  Aun cuando no hubo una búsqueda premeditada del gesto que violenta y apunta al choque, el recorte que hace la cámara transforma el punto de atención en un punto de tensión ante la aparición de lo inesperado. Una suerte de doble herejía: el artista que se manifiesta heréticamente al no ver en estos trabajos la presencia de lo sagrado y la imaginería que se le impone e invierte los roles. Espacios sagrados que operan por la negativa: la acción de no registrarlos –que no es lo mismo que negarlos o faltarles el respeto, sino que es no dar cuenta de ellos- es la encargada de destacarlos en las obras. Lo sagrado aparece en el ámbito de lo profano, filtrándose por las hendijas que el artista deja abiertas. Entonces aquello que en principio era una arquitectura abandonada, un monumento, un desnudo, un memento mori, un retrato, una cárcel, un interior, un museo,  una pileta o un paisaje, termina invirtiendo valores y la imagen se hace soporte de una imaginería revelada –nunca mejor dicho- que merece, cuanto menos, repensar la lectura sobre la obra.

 

 

Cuestionar, poner en jaque, fomentar el pensamiento crítico,  despertar la sensibilidad,  generar cierto grado de incomodidad, todos conceptos  que el arte lleva –o debería llevar, pienso yo- como bandera. Y todos ellos cuadran en una actitud, por lo menos, contestataria ante la lectura oficial o políticamente correcta. El arte es portador de un poder herético que lo hace libre y no se manifiesta necesariamente. Sin embargo, cuando el arte transita territorios herejes, marca la diferencia, se transforma en los pies sucios de las obras de Caravaggio: es el gesto que incómoda y es esa la cualidad que justifica, a mi criterio, toda su razón de ser.   

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